domingo, 15 de mayo de 2011

El sabor agridulce de la vida

Y hoy me he acordado de mi padre por dos cosas: una, porque su Betis vuelve a estar en Primera; dos, porque a esa alegría que tendrá allá donde esté, se le unirá el tener que recibir, o habrá recibido ya, a uno de sus mejores amigos: Antonio Ordóñez.

Me acuerdo de los veranos en Constantina, en los que, al no tener internet en mi casa, él iba todas las mañanas a mandar sus artículos a casa de Antonio Ordóñez y ya podíamos olvidarnos de él casi toda la mañana, más si Antonio tenía algo que enseñarle, alguno de sus grandes descubrimientos, alguno de sus inventos…Si Antonio tenía algo para su amigo Manolo, el tiempo parecía pararse para ambos.

Y más de una vez fui allí, o a acompañar a mi padre o, en su defecto, a buscarlo. Se me antoja triste saber que nunca volveré a ver esa estampa, escucharlos hablar vete tú a saber de qué, si daba igual de lo que hablaran, daba igual lo que inventaran, eran amigos y eso era lo que les importaba. Mi padre lo adoraba, aunque quien lo conoce lo sabe y Antonio también lo sabía…y si Antonio estaba pachucho, a Manolo se le cambiaba el semblante; parece que era ayer cuando me hablaba sobre la barbería de casa o cuando me grababa un CD o ambos trajinaban cualquier cosa. Ya os digo, Antonio descubría algo, llamaba a mi padre y mi padre quería lo mismo…y así hasta el final…

Y si mi padre adoraba a su querido Ordóñez, su querido Ordóñez lloró mucho cuando él se fue…tanto como, si mi padre estuviera aquí, lloraría. Porque Ordóñez lo quería mucho; aún tiene que tener en su casa los artículos de mi padre, que los estaba escaneando y ordenando, todos los de Suroeste porque, los de ABC, ya los tenía. Porque si había alguien que podía “gastar” su tiempo en hacer eso sería, sin duda, Antonio Ordóñez. Para Manuel Ramírez, además de ser su guía en esto de las nuevas tecnologías, era más que un amigo.

Descansa en paz mi querido Antonio, aunque estarás bien acompañado, no ya por mi padre, sino por tu hijo.

No hay comentarios: